septiembre 27, 2010
Un sueño contigo, ando como mariconcita.
Tomé tu mano y brincamos sobre los cadáveres. Éramos la danza más hermosa del cementerio. De vez en cuando asaltábamos un banco y quemábamos su dinero. Sólo guardábamos un resto para comer, limpiarnos el culo e ingerir narcóticos las noches de desvelo. Nos acostamos en una iglesia abandonada, nos acariciamos hasta la aurora más negra. Y siempre antes de dormir, me leías un poema.
Usted fue mi anarquía, yo la/o quería tanto. Nada podía detenernos, ni siquiera Dios con su asignación de escorias del caos. Excepto algo: la dictadura del reloj.
¡Son las 6:30, despierta!
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