agosto 11, 2010
Cuatro flores de papel
Algo la había motivado a salir de su casa. Llevaba años encerrada. Le daba miedo la humanidad y los rostros perfectos. Quién sabe porqué ese día decidió salir. Quizás el impulso absurdo de encontrar a alguien. La melodramática necesidad de afección. Algo casi tan horrible como el reflejo de su semblante. La causa de su misteriosa búsqueda pudo haber sido la consecuencia de un delito terrible elaborado por el modelo familiar judío cristiano.
Cerró la puerta, se puso los audífonos y caminó por horas. Llegó a la ciudad. Semáforos, luces, autos, máquinas y robots circulando apresurados. El fúnebre paisaje del mundo, pensó mientras leía un pequeño afiche adherido en la pared, que decía ¡bienvenido al mundo real! Seguramente se trataba del eslogan de alguna banda comercial.
Decidió tomar un descanso y se sentó en el suelo. Pudo percatarse que la oscuridad invadía el cielo. La música se detuvo. No hay más batería.
Un llanto pavoroso penetró sus tímpanos. Era el llanto de un chico callejero. Sus problemas seudo burgueses aumentaron su índice de patetismo.
El llanto de un chico de la calle, no es cualquier llanto. Es el llanto de una vida miserable. El llanto de un callejero son cuatro puñaladas mortales. Comer vidrio molido y sentir lentamente la demolición violenta de tus órganos internos.
Los semáforos poco a poco fueron desfigurándose, adoptando forma de palomas blancas. El chico acarició su rostro hasta su último pálpito. Ella sonrió tan delicadamente y con tanta terneza que parecía irradiar luz blanca detrás de sus ojos. Una extraña sensación de felicidad cubrió su cuerpo herido, pensaba que por lo menos en algún momento él escucharía sus canciones.
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